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MEDINA DEL CAMPO

Medina del Campo fue uno de los centros europeos más importantes del comercio de la lana durante las Edades Media y Moderna. El auge llegó entre los años 1421 y 1606 con las Ferias Generales.

En 1491 los Reyes Católicos dispusieron que la villa fuera considerada como Feria General del Reino. Medina era una ciudad de gran actividad comercial. Dos veces al año se realizaban ferias para la venta de lana, lo cual atraía compradores de todas partes de Europa. En el siglo XVI se había convertido en una de las principales plazas financieras de Europa. Como centro exportador, la ciudad tenía mucha relación, entre otros, con el centro manufacturero de Amberes.

Una anécdota del principio del reinado atestigua lo mucho que la Reina Católica apreciaba estas ferias, cuando ella pedía a Dios que le diese tres hijos: uno para ser Rey, su sucesor; otro para ser Arzobispo de Toledo, y un tercero para ser escribano en Medina del Campo, dando a entender lo inmensamente ricos que eran los amanuenses de la villa ferial vallisoletana, por la gran cantidad de negocios que allí se hacían y que requerían sus servicios.

Medina es sobre todo donde testó y murió la reina Isabel. En memoria de ello se conserva el Palacio Real Testamentario, en uno de los ángulos de la Plaza Mayor de la Hispanidad.

Medina del Campo es asimismo donde santa Teresa de Jesús realizó la segunda de sus fundaciones. A los 51 años, tiene frente a sí la invitación de dejar la quietud y sosiego de San José de Ávila y salir a fundar de acuerdo al modelo de ese monasterio. El primer lugar en donde lo hace es Medina del Campo, distante 85 km. de Ávila.

Teresa narra la historia de esta fundación en el capítulo 3 del libro de Las Fundaciones. Entran en esta ciudad como unos ladrones, narra risueña, la noche del 14 de agosto de 1567... y se encentran de bruces con los toros que iban a ser corridos en el encierro del día siguiente. La casa a la que llegan está en ruinas y sucia. El encargado de la casa les dice que pueden usar unos pobres tapices para cubrir las paredes. La determinación y creatividad de santa Teresa y el pequeño grupito entra en juego:

«Yo, cuando vi tan buen aparejo, alabé al Señor, y así harían los demás; aunque no sabíamos qué hacer de clavos ni era hora de comprarlos. Comenzáronse a buscar de las paredes; en fin, con trabajo, se halló recaudo. Unos a entapizar, nosotras a limpiar el suelo, nos dimos buena prisa, que cuando amanecía, estaba puesto el altar, y la campanilla en un corredor y luego se dijo la misa. Esto bastaba para tomar posesión» (F3,9).

En el locutorio de este “palomarcico” se conocieron santa Teresa y san Juan de la Cruz. Teresa ya tenía la licencia para fundar dos conventos de frailes y buscaba quien quieran unirse a su proyecto. Juan de santo Matía, como se llamaba entonces, se había ordenado sacerdote y cantado su primera misa unos meses antes en el convento de Santa Ana de los Carmelitas Calzados.

De él escribe Teresa: “Aunque es chico, entiendo es grande en los ojos de Dios. Es cuerdo y propio para nuestro modo, y así creo le ha llamado nuestro Señor para esto.” Juan deseaba servir a Dios con más austeridad, por lo que se planteaba hacerse cartujo. Teresa le convence para abrazar la reforma del Carmelo que ella había iniciado, aunque Juan le pidió que no se tardase mucho en fundar la rama masculina reformada. El monasterio de Duruelo sería erigido en noviembre de 1568.


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