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El legado de la Reina Católica

Los cimientos de la España Imperial

El más poderoso monarca de la Edad Moderna, Felipe II, cuando paseaba por el interior de las cámaras de su palacio de El Escorial, solía detenerse con reverencia ante un retrato en que aparecían sus dos bisabuelos, Isabel y Fernando, los Reyes Católicos; cada vez que realizaba esa parada, sus palabras eran siempre las mismas: "Todo se lo debemos a ellos". Y en la frase del rey en cuyo imperio no se ponía el sol no es un simple gorgorito retórico de alabanza al pasado, sino que nadie mejor que él, paradigma del rey burócrata, sabía bien cuánto había vigente aún del modelo puesto en marcha por sus bisabuelos.

Por ejemplo, muchos de los asuntos relativos a la política imperial todavía seguían siendo juzgados por ese sistema polisinodial impulsado por los Reyes Católicos. La Reina Isabel fomentó la reforma del Consejo Real y creó nuevos Consejos, como el de Órdenes Militares, Indias (para los asuntos de América) e Inquisición. Uno consejo de marcada impronta territorial, como el de Aragón, se destinó específicamente a los asuntos de esta corona, con lo cual los Austrias sucesores en el trono de Isabel imitaron e incrementaron el sistema polisinodial creando un consejo para cada territorio que gobernaban. De esta forma, la esencia administrativa del Imperio español hunde sus cimientos en la reorganización efectuada por Isabel a finales del siglo XV.

La Reina Católica no innovó demasiadas cosas en esta organización, sino que prefirió reformar muchas de las estructuras tradicionales ya existentes; el sello personal que la reina introdujo fue el que años más tarde ensalzaría Pulgar: que a toda esta estructura, Isabel I siempre situó a "omes generosos o grandes letrados, e de vida honesta, lo que no se lee que con tanta diligençia oviese guardado ningún rey de los pasados". (Pulgar, Crónica..., I, p. 77).

La paz y la prosperidad fomentaron una época de tremendo crecimiento económico, fundamentalmente en el reino de Castilla, más poblado y con más recursos financieros que Aragón. Tres eslabones engarzaron la economía en tiempos de la Reina Católica: la poderosa Mesta, sistema encargado de regir la ganadería trashumante, fomentó el crecimiento de la cabaña que generaba la lana de Castilla, apreciada en todos los mercados europeos.

A través de la lana se produjeron los excedentes de mercado para originar un rico comercio de rango nacional e internacional, que tuvo como mejor exponente a las ferias de Medina del Campo. Una anécdota del principio del reinado atestigua lo mucho que la Reina Católica apreciaba estas ferias, cuando ella pedía a Dios que le diese tres hijos: uno para ser Rey, su sucesor; otro para ser Arzobispo de Toledo, y un tercero para ser escribano en Medina del Campo, dando a entender lo inmensamente ricos que eran los amanuenses de la villa ferial vallisoletana, por la gran cantidad de negocios que allí se hacían y que requerían sus servicios. La importancia de las ferias de Medina del Campo en la economía del reinado de Isabel la Católica ha sido recientemente objeto de una profusa monografía (Comercio, mercado y economía en tiempos de la Reina Isabel, 2004), en la que varios de los más reputados especialistas analizan desde diversas perspectivas uno de los pilares fundamentales que propiciaron el despegue castellano durante los años finales del siglo XV.

Isabel la Católica, mecenas de artistas y escritores

A los tres hitos que se acostumbran a señalar en el año 1492, conquista, descubrimiento y expulsión de los judíos, se debería unir un cuarto de no menor importancia para el futuro: la publicación de la Gramática castellana por parte de Elio Antonio de Nebrija, obra que el humanista andaluz quiso dedicar precisamente a la misma Reina Católica.

Si los logros políticos, económicos y sociales del reinado de Isabel I alcanzaron un amplísimo grado de madurez y desarrollo, lo mismo, o incluso más, cabe decirse del impulso que hallaron bajo su mecenazgo y patrocinio las artes y los libros. En efecto, fue la Reina Católica amante de la lectura, como se deriva de la gran biblioteca real que fue reuniendo, donde figuraron los más variopintos libros y tratados. Pero Isabel además se preocupó por extender el prurito intelectual por toda su corte, hecho éste puesto de relieve por el protonotario Juan de Lucena en su Epístola exhortatoria a las Letras (hacia 1490), cuando resume perfectamente este impulso cultural mediante la conocida sentencia: "Jugaba el rey, éramos todos tahures: studia la reina, somos agora estudiantes".

El simple repaso de los literatos, novelistas, poetas y obras dedicadas a la reina alargaría en exceso estas líneas, por lo que se remite a los estudios que sobre este teman han realizado varios especialistas: Sánchez Cantón (1950) inventarió los objetos que la Reina Católica había reunido en su afán de coleccionismo, libros, pinturas y cualquier elemento de tipo artístico; Gómez Moreno (1999) encuadró cronológicamente toda la literatura producida al albur del mecenazgo de Isabel; y, por último, Yarza Luaces (1993) ha efectuado la depuración de todas las obras de arte que se construyeron en la época, bajo la admonición de la reina Isabel, que se puede considerar la iniciadora del mecenazgo real en España.

¿Santa Isabel la Católica?: el proceso de beatificación

El halo de santidad acompañó a Isabel I durante todo su devenir, especialmente en su época de máximo esplendor.

Su carácter piadoso, su empeño por mantener las costumbres de la corte bien sanas, muy alejadas de la relajación en época de Enrique VI, su caridad, su benevolencia, sus limosnas, su apoyo a las reformas eclesiásticas y su preocupación por la moral del clero han sido elementos frecuentemente manejados alrededor de la Reina Católica para respaldar esta supuesta santidad. Educada en la piedad, la misericordia y la religiosidad pura, son muchas las muestras de que se disponen para calibrar esta espiritualidad profunda, incluso en sucesos y temas en los que era complicado congeniar las virtudes morales cristianas con los propios intereses personales. Por ejemplo, cuando el traidor Juan de Cañamares, autor del frustrado atentado contra el Rey Católico, fue juzgado y condenado a muerte, muchos quisieron ejecutarle sin dejarle confesar, para que el odiado criminal ni siquiera tuviese salvación espiritual. Isabel I, pese al disgusto sufrido por el atentado, no permitió esta atrocidad e insistió en que le asistiese un confesor.

Asimismo, en su corte regia no sólo se criaron algunos de los hijos bastardos del Rey Católico, sino los bastardos de otros destacados personajes, como, por ejemplo, los del Cardenal Pedro González de Mendoza, a quien se les llama bellos pecados por una anécdota atribuida a la reina. Fray Hernando de Talavera, que se atrevió un día a expresarle a la reina su disgusto ante el hecho de ver criarse en la corte a lo que él consideraba frutos del pecado, recibió esta respuesta de la reina: "¿Verdad que son bellos los pecados de mi cardenal?", mientras acariciaba a los pequeños. Isabel tenía un elevado concepto de la moral y de la religión, pero a su vez también sabía ser discreta y permisiva con quienes habían caído en los pecados que ella pretendía evitar.

Por éstas y otras razones, en 1957 se inició en Valladolid el proceso de beatificación de Isabel la Católica, presentando como principal argumento estos altos valores morales, alejándose del modelo establecido para estos procesos, que suele estar basado en las experiencias místicas o en la realización de milagros por parte del procesado. V. Rodríguez Valencia, religioso e historiador, dirigió desde entonces y hasta su muerte (1982) el grupo de investigación dedicado a la búsqueda de documentación y testimonios escritos sobre la supuesta santidad de la reina. En 1990, bajo la dirección de Anastasio Gutiérrez y José María Gil, se aprobó el llamado Proceso de Valladolid, cuyos 27 volúmenes fueron enviados a Roma para que se estudiasen. El resumen del Proceso, la llamada Positio, fue publicado en 1990 (Congregatio...), lo que constituye un documento de alto valor historiográfico, si bien siempre encaminado a un fin muy concreto, como es el de demostrar la santidad de Isabel la Católica. En los primeros años del siglo XXI, coincidiendo con los preparativos del Quinto Centenario de la muerte de la reina (2004), se asistió a la reapertura del proceso, en un intento de homenajear esta efeméride con la definitiva beatificación de Isabel.

Sin entrar en la polémica acerca de las supuestas beatitud y santidad de la Reina Católica (que deberá ser juzgado por quien corresponda, es decir, por una comisión eclesiástica), lo cierto es que, sin negar ni un ápice de todas las virtudes morales que se han enumerado y que, por supuesto, Isabel poseía, tampoco se puede negar que la reina usó otro tipo de cualidades que habitualmente no son tenidas por dignas de santidad, sino todo lo contrario: la astucia, la ambición, el individualismo, la ira, el autoritarismo, la capacidad de negociación interesada, la imposición de propaganda ideológica afín a su causa...

Desde los propios inicios de su andadura como infante, Isabel no tuvo ningún reparo en hacer todo lo posible por apartar a Juana la Beltraneja, su sobrina, de la sucesión del trono; y aun cuando ya estaba apartada, no dejó de mantener una estrecha vigilancia sobre ella en su residencia-prisión portuguesa. Todos sus panegiristas destacan que mantenía en su corte a muchas damas nobles, y que siempre se preocupó porque se casaran bien y viviesen de forma decente; pero muchas de ellas fueron entregadas en matrimonios cuyos beneficios políticos fueron para la Reina Católica, que, a raíz de lo visto, también era astuta, hábil en las negociaciones, características que, sin embargo, han sido más reconocidas en su esposo, Fernando de Aragón, que en ella misma.

Pero los testimonios coetáneos no dejan lugar a dudas acerca de estas cualidades de Isabel: Pulgar, que siempre la ensalzó, tampoco tuvo recato en señalar que ella, aunque "muger de gran coraçón, encubría la yra e disimulávala, e por esto que d’ella se conoçía, así los grandes señores del reyno como todos los otros en general la temían mucho e guardavan de caer en su indignación" (Pulgar, Crónica..., I, p. 77). Así, Isabel castigó duramente cualquier intento de crítica hacia su labor de gobierno, incluso las más inocentes, como ocurrió con los autores de ciertas coplillas satíricas en su contra (véase Ladero Quesada, 1968). Su preocupación para que los cronistas y escritores le hiciesen pasar a la posteridad como una mujer justa y ecuánime le valió algunos enfrentamientos por el nombramiento de cronistas, o incluso por el control de lo que se escribía de ella: Alonso de Palencia calificó a la reina como "maestra de engaños" con ocasión de uno de estos roces. Incluso en 1506, poco tiempo después de fallecida, se abrió en Medina del Campo un expediente al corregidor García Sarmiento por decir que la Reina Católica "estaba en el infierno, por tener opresos a los hombres". (Recogido por Alvar Ezquerra, op. cit., p. 266).

Estos otros factores, más la amplificación interesada de algunos puntos candentes de su reinado, sobre todo la expulsión de los judíos y el ostracismo al que sometió a Juana la Beltraneja, han aquilatado una especie de leyenda negra sobre la Reina Católica, que supone el extremo absolutamente opuesto al proceso de beatificación y a los intentos por demostrar la santidad de su vida y de sus costumbres.

Desde la objetividad historiográfica, puede decirse que ambos polos opuestos adolecen de cierto maniqueísmo nada aconsejable en estos casos; Isabel I, no ya como cualquier reina, sino como cualquier persona, poseía cualidades de uno y de otro espectro, razón por la que es preferible acercarse a su figura sin complejos y sin juicios apriorísticos, para poder observar toda esa rica gama de matices de comportamiento que pueden recorrerse entre la santa y la pecadora, entre la mujer y la reina.

«Primeramente, que la Iglesia nunca estuvo en tal perdición, ni tan mal regida y governada como agora está, e que todas las rentas eclesiásticas que avían de servir a los pobres y obras pías, las gastan los clérigos en cosas profanas. Item, que al fin sobredicho se fazen todas las cosas con simonías y por intereses, y que el servicio de Dios y la honestidad de la Iglesia se pierden del todo, de manera que no ay memoria de temor de Dios ni de virtud ni de obras de alguna de aquella”

Ysabel y Fernando.
(Carta a sus embajadores de Roma 13/12/1488)

Isabel, nacida el 22 de abril de 1451 en Madrigal de las Altas Torres (Ávila), era una persona de vida muy austera y profundamente creyente, su pertenencia a la Venerable Orden Tercera de Penitencia de San Francisco –hoy Orden Franciscana Secular– no sería algo secundario en ella sino fundamental a la hora de tomar decisiones como fue emprender la reforma de una Iglesia que, en particular en España, se había “relajado” de sus orígenes evangélicos.

Para ello contó con personas como Fray Hernando de Talavera, fraile jerónimo que fue consejero y confesor de Isabel; el Cardenal Mendoza, consejero y el Cardenal Cisneros, consejero y confesor.


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