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EL CARDENAL JIMÉNEZ DE CISNEROS

(1436-1517)

Bautizado como Gonzalo Jiménez de Cisneros, tras sufrir una profunda crisis espiritual, entró en la orden de los franciscanos por lo que su nombre fue cambiado por el de Francisco.

Perteneciente a una familia hidalga y de poca fortuna, su formación como abogado se dividió entre Alcalá, Salamanca y Roma, donde fue ordenado sacerdote. De esta última ciudad vino con una bula papal que en la que se le concedía la primera vacante que quedara libre en el arciprestazgo de Toledo, quedando libre el arciprestazgo de Uceda. Esto le llevó a ser encarcelado por el Arzobispo de Toledo, Alfonso Carrillo, quien tenía este puesto destinado a un familiar. Por temor a otras represalias se trasladó al obispado de Sigüenza, siendo nombrado Capellán Mayor, bajo la protección del Cardenal Pedro González de Mendoza. En 1480 entra en orden franciscana y se inclina por una vida de retiro y ascetismo.

1492 será un año clave. A instancias de su protector, el Cardenal Mendoza, acepta, no sin reservas, el cargo de confesor de la reina Isabel, tras el nombramiento de Fray Hernando de Talavera como Arzobispo de Granada. Desde esta posición estaría estrechamente unido a los asuntos políticos.

Con gran fervor emprende la reforma de la Orden franciscana, logrando restablecer su pureza inicial, asunto que le dará muchos y variados dolores de cabeza, a la vez que es nombrado por unanimidad Provincial de la Orden en las Castillas.

A la muerte del Cardenal Mendoza y a ruego de éste, Cisneros es nombrado Arzobispo de Toledo en 1495, cargo de gran renombre e importancia en la España de entonces. Desde esta nueva situación realizó una gran renovación para su iglesia toledana, contando con el beneplácito del propio papa, Alejando VI. Intentó dificultar la creciente concesión de privilegios a las órdenes seculares y se sumergió en una campaña reformista que se plasmó en la celebración de sendos sínodos en Alcalá (1497) y en Talavera (1498).

El historiador Modesto Lafuente Zamalloa, en su Historia General del España (1853) escribe:

“Aunque la reforma no fuese tan completa como la reina y el arzobispo deseaban, ni tanto tal vez como la demandaba y requería la relajación que en las costumbres y en la disciplina monástica se había introducido, consiguiéronse, no obstante, resultados admirables, atendida la resistencia que los reformadores encontraron, y que ciertamente sin la entereza y la constancia de una reina como Isabel, sin la insistencia imperturbable de un prelado como Cisneros, y sin el ejemplo de las virtudes de ambos no se hubieran obtenido. El clero regular español se puso por lo menos en situación de poder sufrir sin desventaja un paralelo con el de otras naciones en materia de costumbres, y se preparó el terreno para que pudiera producir los hombres eminentes en ciencia y en virtud que de su seno brotaron después.

Desembarazado ya Cisneros del espinoso asunto de la reforma de los regulares, emprendió con la propia energía y firmeza la del clero secular, especialmente en materia de privilegios, inmunidades y exenciones alcanzadas de la corte de Roma, continuo manantial de indisciplina y de rebeldías en el arzobispado. Provisto también para esto de una autorización de la Santa Sede, fortalecido ya con el doble apoyo de la reina y del papa, revocó todos aquellos privilegios, restableció en su plenitud la jurisdicción episcopal, resucitó la antigua severidad de costumbres, e hizo a sus diocesanos tan dóciles, obedientes y sumisos que parecían otros hombres.”

Por mandato y mecenazgo del propio Cisneros, se crea en 1498 la Universidad de Alcalá, a la cual se propuso dotar de los mejores teólogos y los mejores textos; entre ellos la edición de la Biblia Políglota y Complutense (1514-1517), en seis tomos en folio compuesta simultáneamente en cuatro idiomas: latín, griego, hebreo y caldeo.

En 1499, obedeciendo órdenes reales, viajó a Granada para dirigir personalmente el proyecto de conversión de los mudéjares andaluces. En poco tiempo obtuvo resultados favorables, pero también creó un gran rechazo de los musulmanes, lo que llevó a una guerra en las Alpujarras que hizo que Cisneros tuviera que abandonar Granada en 1502.

En 1504, tras la muerte de Isabel, Cisneros ocupó la regencia, se convirtió en defensor de Fernando el Católico e impidió el ascenso al trono de Felipe el Hermoso. Fue también el principal impulsor del acuerdo al que ambos llegaron en septiembre de 1505. Asumiendo Cisneros una primera regencia (1506-1507), él y la reina Juana I pidieron el regreso a Castilla del rey Fernando, viendo necesaria su figura. Cuando Fernando el Católico volvió de Italia, Cisneros fue recompensado con el capelo cardenalicio, otorgado por el Papa, y asumió dirección de la Inquisición.

Desde ese momento su figura se hace decisiva dentro de la política castellana. Desde la Junta de Regencia que presidía, organizó varias expediciones de conquista en el norte de África (Mazalquivir en 1507 y Orán en 1508).

Fiel en todo momento a Fernando, éste le asignó la regencia del reino a su muerte (enero de 1516) con los nobles más fieles a la figura de la reina Isabel y reclutó tropas. De esta manera quedaba frustrada la idea de una regencia de Maximiliano de Austria (padre de Felipe) con la intención de dejar excluida la figura del rey Fernando.

El príncipe Carlos pronto se presentaría en Castilla y para controlar la figura del Cardenal mandó a tres consejeros flamencos de su confianza. Pero tampoco quería tenerlo como enemigo, así que le encargaron diferentes tareas de gobierno. A pesar de tener cumplidos los 80 años, defendió con experiencia e ímpetu los proyectos y la herencia que había recibido de los Reyes Católicos.

Carlos llegó a España el 19 de septiembre de 1517. Cisneros salió a su encuentro para recibirle. El encuentro había de producirse en Mojados (Valladolid), pero la reunión nunca llegó a producirse ya que de camino, en Roa (Burgos), el Cardenal Cisneros fallecería, a la edad de 81 años.


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